10/9/14

11 DE SETEMBRE 1936 / CNT-FAI

DOCUMENT DE LA XERRADA EMESA PER ECN-1 RADIO CNT-FAI DE BARCELONA EL 11 DE SETEMBRE DE 1936 PER JACINTO TORYHO, SECRETARI DE L'OFICINA D'INFORMACIÓ I PROPAGANDA DE LA CNT-FAI. 
RECERCA DE FERRAN AISA PER A LA SEVA HISTÒRIA DE LA RÀDIO CONFEDERAL



 
Jacinto Toryho


“El 11 de Septiembre de 1714 y la guerra antifascista de hoy” (Texto taquigráfico de la conferencia pronunciada por radio por Jacinto Toryho en nombre de la C.N.T. y la F.A.I. el día 11, a las ocho de la noche)

 

 ¡Trabajadores de Cataluña!
¡Catalanes!
Conmemora hoy Cataluña una de las fechas más gloriosas de su historial. La fecha de una epopeya magnífica, epopeya de la bizarría y el coraje en pro de la libertad y de los derechos populares conculcados por absolutismos políticos de la Meseta.
Y en este día de rememoración, en esta hora de aniversario, no puede faltar la voz de la CNT y de la FAI, organismos revolucionarios, defensores por antonomasia de cuanto  supone ansias de libertad y de progreso. Y no puede faltar nuestra voz, hoy más que nunca, porque la gesta del pueblo catalán que se conmemora, guarda una relación estrecha con la que desde el 19 de julio, viene realizando heroicamente el pueblo español, y que en primer lugar realizó Cataluña.
Hoy hace 222 años, vivió Cataluña, especialmente Barcelona, un día de heroísmo sublime. Culminó en él toda una lucha tenaz de siglos, toda una campaña de coraje popular fervoroso, contra el uniformismo absolutista de la Monarquía y sus satélites. Fue el volcán que estalló con ímpetu iracundo; el volcán de la indignación de un pueblo amante de su libertad y de sus fueros, pisoteados por la insania centralista y absorbente, adversaria acérrima de todo avance social.
Arranca la gestación de aquel volcán, de tiempos remotos. Pero fue en 1621 y en 1632, fechas en que las cortes catalanas, se negaron a abonar los subsidios fijados por el condeduque de Olivares, cuando la tempestad comenzó a adquirir sus caracteres típicos. Aquel personaje de infausta memoria, de una capacidad bastante restringida, consideró a Cataluña un feudo del monarca y quiso aprisionarla con un yugo de tributos y gabelas. No fue esto precisamente lo que más molesto al pueblo catalán, sino el habilitar en esta tierra cuárteles para un ejército castellano que debía de operar  contra Francia. La soldadesca llegó a Cataluña y se apoderó de todo, de las haciendas, de las mujeres, de cuenta encontraba a su paso. Los asesinatos y vejaciones de todas clases, era lo que hoy podríamos decir, el orden del día.
El malestar fue tomando incremento silenciosamente, hasta desembocar en el “Corpus de sang” de 1640, expresión tumultuosa del campesinado catalán contra la tiranía del centralismo.
“Luchaban espantosamente unidos”, dice Francisco Manuel Melo, los bravos catalanes del agro.  Pero aquel día se decretó la muerte de la República independiente. Moría, más tarde, por la habilidad de Richelieu e ingenuidad de los catalanes y su caudillo Pau Clarís.
Pero la ingenuidad de los catalanes, no terminó allí. Por ingenuidad, solamente por ingenuidad, Cataluña cometió el grave error de tomar parte en una guerra entre dos tiranos, colocándose al lado del austríaco contra el borbón, ambos aspirantes al trono de España, porque Inglaterra y Austria, le prometieron conservar íntegro los privilegios catalanes. Pero a la hora de la verdad, Inglaterra se echó atrás, negándose a patrocinar la instauración de la República catalana. Las potencias europeas no hacían más que especular con el caso de Cataluña.
Pero este pueblo indómito, siguió en pie luchando con sin igual tesón por sus libertades políticas, por sus fueros, por su personalidad peculiarmente propia. Su lucha tuvo una culminación epopéyica en la fecha que hoy conmemoramos. Días antes, dice Ferran Soldevila, en su magnífica Historia de Cataluña, todos los trabajadores dejaron su oficio o profesión, notarios y escribientes, profesores y estudiantes, libreros y vidrieros, escultores, doradores, herreros, caldereros, cereros, pintores, plateros, carpinteros, escudilleros, “maestros de mantas”, “tenderos de telas”, todos los hijos de la ciudad laboriosa, salían de los más hondo de sus estudios y aulas, en sus obradores penumbrosos en las calles estrechas de la vieja Barcelona; las manos dejaban las herramientas acostumbradas y pacífica de la cotidiana labor –pluma o garlopa, cincel o escarpa, mazo o pincel- y empuñaban ardidamente  el fusil y la espada. Las jerarquías erean conservadas; y los estudiantes obedecían las órdenes de sus profesores y los oficiales, de los maestros. Y este conjunto abigarrado y nervioso el que, con el arma al brazo, velaba en los retenes y con el pico y la azada, de día y de noche, trabajaba en la abertura de valles y fortificaciones; y con un ímpetu que no desmerecía al de los soldados más aguerridos y a veces hasta los superaba, rechazaba los asaltos de los batallones  veteranos de las dos coronas. Las mujeres, los viejos y los niños, no quedaron fuera: niños y viejos formaban dentro de los batallones de defensa, desde que fueron llamados a las armas todos los hombres, a partir de los 14 años. Y las mujeres, al oír las campanadas tocando a rebato, desvelaban a los hombres, hundidos en el sueño del aturdimiento, a los gritos de: ¡Despertaros que vais a defender el honor de vuestras mujeres y la vida de vuestros hijos!; acudían a las calles y a las murallas; llevaban refrescos a los lugares más expuestos; daban ánimos a los soldados con el estímulo de amor o los fortificaban con sus plegarias. Muchas, tomaban parte en los trabajos de cortadura y de otras defensas, no sin ya haberse ofrecido también a luchar con las armas. Y en la noche del 10 al 11 de septiembre, la noche antes del asalto definitivo, al oír el pregón que mandaba a todos los hombres acudir a los lugares designados, las mujeres, extenuadas, hambrientas, clamaban: “Pan y todas iremos”.
Parecía como si, en aquella hora suprema, todo el heroísmo de la raza y de los tiempos pretéritos, todo el heroísmo que ya no podía encontrarse, sino por aquí y por allá, por la tierra catalana, se hubiera concentrado, crecido, en el reducto de su capital. Barcelona, alma guiadora de Cataluña, cuando ya Cataluña, echada sin aliento, resignada a la servitud, persistía enderezándose desesperadamente, como una pira ingente de sacrificio, en el clamor de revuelta y en el fuego por la libertad.
El asalto de Barcelona fué el digno coronamiento de aquel sitio, de toda la lucha contra Felipe V, de toda la lucha, secular, contra el uniformismo absolutista. Desde las once de la noche (10 de septiembre) cautelosamente, fueron preparándose las columnas del asalto. Veinte mil hombres las formaban y a las cuatro y media de la madrugada, al despuntar las primeras claridades de aquel 11 de septiembre que había de quedar como una de las fechas  culminantes y aciagas de nuestra Historia, se lanzaron al ataque por las siete brechas abiertas. Por todas partes fue rechazada su acometida formidable, y Berwick, tuvo que hacer entrar en combate a las reservas. Para infortunio de los sitiados, las lluvias torrenciales de los días precedentes, habían inutilizado las minas, y ninguna explotó. Bajo la presión enorme y constante, fueron cedidas, fueron cedidas las brechas; pero la resistencia no se debilitó. Se combatía en los terraplenes de las murallas, en los portales de la ciudad, en los baluartes y por las calles. La campana madre, de la catedral, había tocado a “somatent” y el paisanaje había acudido al combate. Los ataques y contraataques se sucedían sin interrupción. He ahí, sucintamente explicada, una lección de Historia, lección falseada muchas veces en aras de la explotación política de un tópico sentimental. Y bien, ¿qué relación guarda aquella lucha que a través de los siglos recordamos con emoción, que relación guarda aquella lucha con la que hoy sostiene el proletariado de toda España?
A parte del funesto error de los catalanes, de intervenir en la guerra entre dos tiranos, un austríaco y un borbón, tomando partido por uno de ellos, cosa que las circunstancias de lugar y tiempo, si no justifican, al menos disculpan, entre aquella contienda y la que hoy está regando con sangre obrera las tierras hispanas, existe una relación. Porque ambos movimientos son el exponente máximo del ansia viril de libertad de un pueblo, del ansia viril de emancipación humana. Los catalanes de antaño, peleaban en defensa de sus fueros tradicionales, de sus libertades, de sus anhelos autonómicos y nosotros, los de hoy, damos el alma y la vida defendiendo esa misma libertad, los mismos anhelos, los mismos derechos ciudadanos, que la canalla fascista, la más sanguinaria y cruel, que registra la Historia, ha intentado destrozar bajo sus pezuñas.
La lucha es otra, pero el pueblo es el de siempre, aunque con una medida más ambiciosa y también más generosa de su poder. Y con una más acusada consciencia de su responsabilidad y sus deberes. El pueblo es el de siempre; pero con una concepción ideológicamente socialista el que hoy guerrea, con una mentalidad, no revoltosa, sino revolucionaria, profundamente revolucionaria.
Es fundamental la diferencia, lógica por si misma. Es la diferencia fundamental del tiempo, circunstancia preciosa de incalculable mérito y valor.
El movimiento catalán pro independencia política, en cuya defensa fue derramada tanta sangre, y cuya conmemoración hoy tiene lugar, registra la fecha del 11 de septiembre de 1714, como una fecha de agonía, de postración, como fecha negra de predominio centralista sobre los anhelos de libertad alimentados en todo tiempo por Cataluña. La fecha de hoy, en cambio, es de resurgimiento, y no de uno de esos llamados resurgimientos patrióticos, cuyo ardor se diluye una vez calmado el fuego de oratoria momentánea, sino de un profundo resurgimiento hispánico, que aspira a remover los cimientos de la vida nacional en todas sus manifestaciones. El resurgimiento que hoy se opera en Cataluña, no puede ser un resurgimiento particularista, ajeno a la unidad espiritual del proletariado ibérico. No puede ser un resurgimiento nacionalista, en la pura acepción de este vocablo; no puede ser un resurgimiento exclusivamente “político” –y damos a esta frase su sentido corriente-. El resurgimiento iniciado en Cataluña es un resurgimiento social que parte de la revalorización pública de la vida sindical, hasta llegar a la utilización inmediata de todos los valores, ya geográficos, científicos, políticos y económicos, de que tan pródiga es esta tierra, filón de sobriedad y de valientes.
El proletariado catalán, está elaborando por propia iniciativa y propio esfuerzo, una Cataluña nueva.
He ahí lo fundamental de la hora presente. Porque no valía la pena de haber sacrificado centenares de vidas en plena floración de juventud, para seguir cansinamente por el viejo sendero de la explotación capitalista. En esta vida inédita de que somos entusiastas artífices, estriba el nuevo renacimiento de Cataluña. Los proletariados, los que hacemos producir las fábricas, los que hacen producir la tierra, los que ganamos nuestro pan con nuestro propio esfuerzo, queremos un renacimiento no basado en lo sentimental, no basado en cuatro tópicos más o menos respetables, sino cimentados en los pilares de la vida moderna, cimentado en una economía socialista, expresión de justicia social y garantía de los derechos de quienes trabajan.
¿Qué se presta esto poco al lirismo? Ciertamente.
¿Qué no es cosa muy propicia a torneos literarios y a sensiblerías poéticas? Desde luego. Pero nadie dejará de reconocer con nosotros que la vida contemporánea no se condensa en una oda, ni en un soneto, sino en las plasmaciones económicas de cada minuto, en las realizaciones prácticas de cada minuto. Y nosotros, a quienes se ha aplicado constantemente el calificativo de utópicos, de soñadores, estamos dando ejemplo a todos los demás de cómo es necesario armonizar lo abstracto con lo concreto, lo espiritual con lo económico, lo normal de vivir con las actividades bélicas que las circunstancias exigen imperiosamente.
La Confederación Nacional del Trabajo y la Federación Anarquista Ibérica, asócianse  íntima y cordialmente a la conmemoración de esta efeméride gloriosa para el pueblo de Cataluña. No somos amigos de refrescar nuestra memoria mediante espectacularismos aparatosos, y menos en esta ocasión en que España entera arde en una guerra feroz y sin cuartel; por eso no hemos formado en la manifestación que ha desfilado esta mañana ante la estatua del Conseller en Cap. Por eso y porque nuestra moral nos impide rendir tributo a un hombre, cuando quien los merece es todo un pueblo, ni es de nuestra predilección el cultivo del fetichismo. La CNT y la FAI. conceden hoy a esta fecha, un alto valor simbólico,  no bastardeado por miras partidistas. Para nosotros la fecha del 11 de septiembre de 1714, no es la apología del nacionalismo, sino de un anhelo federalista, que nadie con más fervor que nosotros mantiene, ni nadie con más entusiasmo que nosotros practica. Porque nosotros somos federalistas por ideología y convicción, por carácter y sentimiento. ¿Qué es la FAI sino una Federación Ibérica de Grupos Anarquistas? ¿Qué es la CNT, sino una Confederación Nacional  de Sindicatos de Trabajadores? Y, ¿qué organismo político o económico de España, se rige y administra inspirándose en el federalismo a parte de nosotros?
Nosotros hemos dicho mil veces que nuestra visión de España nueva, es visión puramente federalista, que la revalorización de Iberia, está en la descentralización política y administrativa, en la libertad de cada pueblo, para dirigir sus propios destinos. Y esto lo repetimos hoy en lenguaje diáfano para que todo el mundo entienda. Nosotros somos eminentemente federalistas y universalistas; es decir, eminentemente antinacionalistas. Pues el nacionalismo es antisolidario, y la solidaridad es nuestra norma fundamental de conducta. El nacionalismo fue un tiempo la etiqueta  política de hombres liberales para quienes los problemas económicos carecían de verdadera importancia; de hombres de buena fe que jamás supieron ver en primer plano las necesidades económicas del pueblo; de hombres generosos abstraídos por el aspecto sensiblero de la libertad política. Y eso ha pasado a la Historia. El 19 de julio es fecha en que nace un periodo nuevo, cimentado en la más estrecha solidaridad entre todos los trabajadores. El proletariado catalán, ha dado de lado al nacionalismo, si es que alguna vez se creyó en él, como lo prueba la partida de nutridas columnas de milicianos hasta Aragón y Madrid, en plan de apoyo hacia nuestros hermanos de otros frentes. El proletariado no cree ni desea al nacionalismo, que s centralización y monopolismo, sino la Federación de todos los pueblos de Iberia, piedra angular de nuestra grandeza futura. Y no cree, entre otras razones, por la muy poderosa, de que el nacionalismo es esencialmente antieconómico, esencialmente antiexpansivo aunque imperialista, esencialmente reaccionario.
La CNT y la FAI piensan así no de hoy, sino de siempre. Somos los únicos que a pesar de la diversidad de acontecimientos ocurridos podemos ofrecer nuestro bagaje ideológico sin alteraciones.
¡Trabajadores de Cataluña!
¡Catalanes!
Hace 222 años, el pueblo barcelonés, escribió con su sangre una de las páginas más brillantes de su historia en lucha a muerte contra la reacción y el despotismo.
Hoy, después de tantos años, nos encontramos nosotros peleando sin desmayo contra la misma reacción que les venció entonces. Ha llegado nuestra hora, sepamos ser.


Jacinto Toryho (Alocución Radio CNT-FAI, 11-9-1936)

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